La Lógica del Ahorro
Pasamos la mayor parte de nuestra
vida dentro de edificios. De nuestra vivienda al colegio/trabajo, el gimnasio,
locales de ocio…
De hecho podríamos trazar una
cronología de nuestra vida en función de los edificios con los que nos
relacionamos. Primero y como constante con la vivienda, primero la de nuestro
padres y luego con la propia y de manera paralela, el jardín de infancia, el
colegio y más tarde la educación secundaria, en paralelo aparecen los locales
de ocio; espacios deportivos, bares, teatros, salas de conciertos. Nos hacemos
adultos y empezamos a pasar una gran parte del tiempo en nuestro lugar de
trabajo que complementamos con momentos de ocio en teatros, hoteles,
restaurantes… conforme va pasando el tiempo aparecen otros nuevos edificios que
identificamos con la tercera edad; hogares de mayores, hospitales…
Pero… además de pasar en ellos
una gran parte de nuestro tiempo ¿Qué sabemos de los edificios en los que
vivimos? ¿Qué relación tenemos con ellos?
La mayor parte del tiempo que
alguien pasa en una edificación lo hace dentro de una vivienda, pero la lógica
del consumo ha alejado a la gran mayoría de las más simples revisiones y
comprobaciones, del mantenimiento anual, de la lógica del ahorro.
Abundan los expertos en
electrodomésticos eficientes, quien tiene instaladas bombillas de bajo consumo
y electrodomésticos triple A, pero se desconoce el gasto energético de una
vivienda y las diferencias entre dos viviendas en términos de ahorro
energético.
Como
exigencia derivada de la Directiva 2002/91/CE cuando la CEE publicó la “Directiva Europea de Eficiencia Energética
en Edificios”, en el 2007 se modificó el
ordenamiento jurídico español a través del Real Decreto 47/2007, por el cual se aprueba el procedimiento básico para la certificación
de la eficiencia energética de edificios de nueva construcción y los que se
rehabiliten o proyecten después del año 2007.
Conforme
a esta Certificación de Eficiencia Energética de Edificios, se le asigna una
calificación energética a cada edificio en función de la calidad de sus
instalaciones de suministro de energía, y de sus características constructivas,
que afectan a la demanda energética (aislamiento, cerramientos, etc.).
Junto
a esta Certificación, los edificios disponen de una etiqueta energética similar
a las que presentan otros productos. Esta etiqueta debe incluirse en toda la
publicidad utilizada en la venta o alquiler del edificio, de esta forma a cada
edificio se le asignará una clase energética, siguiendo una escala de siete
letras y siete colores que determinan si el edificio es más (clase A) o menos
eficiente (clase G).
La
valoración se realiza en función del consumo energético, emisiones de CO2,
características constructivas e instalaciones de calefacción, agua caliente sanitaria
y climatización.
Esta
es la única manera para los ciudadanos de obtener información veraz y objetiva
del comportamiento energético de los edificios, permitiendo realizar
comparaciones que favorezcan una mayor demanda de edificios de alta eficiencia
energética y favoreciendo una mayor transparencia en el mercado inmobiliario.
Esto ayudará a promover la eficiencia energética y a fomentar la mejora de la
calidad de las edificaciones para adecuarse a las nuevas exigencias energéticas
en la edificación.
Hay
que señalar que el sistema de certificación y la etiqueta energética no tendrán
ningún sentido si no es reconocida
más allá del sector de la construcción, que se ve obligado a implementarla.
Será decisiva la divulgación que
de ella se haga para lograr que el
público en general comience a incluir conscientemente criterios medioambientales en su relación con los edificios.
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